jueves, 23 de junio de 2011

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Espejo


Espejo.
(Adaptado del cuento de Kestutis Kasparavicius.
Cosas que a veces pasan.” Edit. Thule).


A primera vista, Espejo se parece mucho a un cuadro. Tiene un hermoso marco y cuelga de la pared como un cuadro. Pero nada hay pintado en él.
Espejo es bien extraño y curioso. No tiene cara propia. Le gusta tomar prestada la cara de los demás. Podría decirse que es un falso, apenas se acerca alguien de inmediato se pone su cara. Si mamá se mira mientras se cepilla el pelo, Espejo muestra la cara de mamá e imita lo que ella hace. Cuando papá se acerca, cambia de cara y se pone bigote y gafas. Espejo lo imita todo. Cuando hacemos muecas frente a él, poniendo cara de rana boba, Espejo hace exactamente lo mismo.
Sin embargo, Espejo es muy útil. En él siempre puedes ver tu reflejo para saber si hoy estarás contento o triste. Incluso puedes intentar mirar dentro de tu alma. Aunque cuidado, porque aparece al revés y no debe tomarse demasiado en serio.
Cuando extiendes la mano, Espejo también extiende una amistosa mano hacia ti. Detrás de tu reflejo siempre puedes ver otra habitación en Espejo, pero no se puede entrar en ella. Bueno, quizá alguien lo consiga algún día.
Hasta entonces, Espejo se mantendrá lleno de secretos sin revelar.

El audio de este relato lo encontrarás picando aquí.
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La Intrusa
de Pedro Orgambide

Ella tuvo la culpa, señor Juez. Hasta entonces, hasta el día que llegó, nadie se quejó de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en llegar a la oficina y el último en irme. Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás me olvidé de cubrir la máquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis propias manos el papel carbónico.

 El año pasado, sin ir muy lejos, recibí una medalla del mismo gerente. En cuanto a ésa, me pareció sospechosa desde el primer momento. Vino con tantas ínfulas a la oficina. Además ¡qué exageración! recibirla con un discurso, como si fuera una princesa. Yo seguí trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacían en elogios. Alguno deslumbrado, se atrevía a rozarla con la mano. ¿Cree usted que yo me inmuté por eso, Señor Juez? No. Tengo mis principios y no los voy a cambiar de un día para el otro. Pero hay  cosas que colman la medida. La intrusa, poco a poco, me fue invadiendo. Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró un tónico, pero sin resultado. ¡Si hasta se me caía el pelo, señor, y soñaba con ella! Todo lo soporté, todo. Menos lo de ayer. "González - me dijo el Gerente - lamento decirle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios". Veinte años, Señor Juez, veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y yo, que nunca dije una mala palabra, la insulté. Sí, confieso que la insulté, señor Juez, y que  le pegué con todas mis fuerzas. Fui yo quien le dio con el fierro. Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera , la vida de un hombre honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable computadora, por un pedazo de lata, como quien dice.

de LA BUENA GENTE



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